Cuando termina la marcha, la rutina vuelve con toda su carga. ¿Cómo? Con burlas disfrazadas de bromas, violencia en el transporte, silencios en el consultorio, y una burocracia humillante. Esa es la trastienda del confeti, los brillos y las lentejuelas. La lucha no es solo la marcha, es todo lo que sigue después, lo que ocurre cuando ya no hay escenario ni carteles ni gritos ni cantos ni baile.
Por Alma Cuadros
La 47ª Marcha del Orgullo LGBTIQAP+ en la Ciudad de México rebasó cualquier cifra esperada. Las autoridades reportaron ochocientos mil asistentes; lxs organizadorxs, cerca de un millón y medio. Realmente no importa si fueron cientos de miles o millones, lo sustantivo es que hubo cuerpos presentes, voces visibles e identidades ocupando el espacio que muchas veces se nos niega. Lo que sí importa, y mucho, es lo que pasa cuando se acaba la marcha.
En menos de una semana, después de que cesaron los tambores, los gritos y los pasos sobre Reforma, nos enteramos de los crímenes de odio en contra de Jesús Laiza, activista LGBT, y su pareja Isaí López; Felipe Flores en Guanajuato, Misael Valdez en Nuevo León, Alexis Noé en Veracruz. Todxs de la comunidad, todxs víctimas de una violencia que no se detiene, es una postal cruel que resume todo lo que no termina al final de junio
La violencia no se suspende durante la marcha ni se congela con el ondear de las banderas multicolor. En 2024, al menos 80 personas LGBT+, fueron asesinadas en México por motivos relacionados con su orientación sexual o identidad de género. Desde 2022, suman al menos 233 homicidios de odio, de acuerdo con datos de Letra S.
A pesar de todo esto aún surge la cuestión de “¿por qué marchan?”. Como si esta fuera una celebración, un desfile para exhibir o una excusa para pintar el espacio público. La pregunta no debería ser por qué marchamos, sino por qué lo seguimos haciendo.
Marchamos porque no hay garantías reales. Porque la violencia contra las personas LGBT+ no es un tema del pasado ni de moda. Es una estructura que se ha normalizado por años. Marchamos porque no todas las personas que se dicen aliadas se atreven a hablar cuando importa ni todas las leyes aprobadas se cumplen en la práctica. Marchamos porque no hemos tenido descanso.
La Encuesta Nacional sobre Diversidad Sexual y de Género (ENDISEG 2021) del INEGI revela que uno de cada veinte mexicanos se identifica como parte de la población LGBT+; es decir, alrededor de 5 millones de personas. El 37.3 % de esta población declaró haber vivido discriminación en el último año. ¿Cómo seguir creyendo que el orgullo se reduce a una fecha, si la exclusión y discriminación es cotidiana?
En el discurso político se habla de avances, pero en la práctica los vacíos legales persisten. El matrimonio igualitario es legal en todo el país (algunos bajo amparo) desde 2022, pero los códigos civiles siguen hablando de “marido y mujer”. La adopción para familias diversas es un derecho, pero en 2020 solo se registraron cinco casos. El lenguaje cambia en las leyes, pero no en los escritorios ni en los juzgados ni en los registros civiles ni en el día a día.
Las empresas se pintan de arcoíris, los partidos se dicen aliados, las marcas lanzan campañas. Pero cuando exigimos que se garantice una atención médica libre de prejuicios, educación sin bullying, protección contra crímenes de odio, todo se vuelve silencio… todxs DESAPARECEN. ¡La celebración incomoda cuando se vuelve exigencia!
Hoy más que nunca urge recordar que la violencia contra las personas LGBT+ no es nueva ni exclusiva de ciertos gobiernos o ideologías. La diferencia es que ahora, en varios países, esa violencia se está institucionalizando sin pudor. No es retroceso, es continuidad con permiso legal. Cada nueva ley que restringe derechos, cada gobierno que se niega a reconocer identidades otorga un permiso para seguir agrediéndonos.
En México seguimos esperando garantías básicas: acceso pleno a salud para personas trans, protocolos en hospitales y escuelas, reconocimiento de infancias diversas, legislación contra las llamadas “terapias de conversión”. Se necesita más que tolerancia, se necesita instrucción para quienes viven desde la heteronorma y no entienden lo que implica vivir fuera de ella.
¿Cuántas personas LGBT+ ocupan puestos de poder, lideran instituciones o toman decisiones que nos afectan? Una encuesta de ADIL en 2018 arrojó que sólo el 45 % de la población LGBT+ en edad de trabajar tenía empleo. Las cifras no han mejorado sustancialmente. No hay presencia suficiente porque aún existen filtros invisibles para que no lleguemos.
Lo que sí hay, son referentes que se sostienen y nos sostienen, como Kenya Cuevas, activista trans y fundadora de Casa de las Muñecas Tiresias; Karina Velasco Michel, referente del Guadalajara Pride; Salma Luévano, Alejandra Bogue, Fabián Cháirez, Antonio Medina, Jessica Marjane, Samantha Flores, Guz Guevara y tantas personas que desde sus trincheras han roto silencios y estigmas. Ellxs no solo abrieron puertas, han evitado que muchas se cierren.
Cuando termina la marcha, la rutina vuelve con toda su carga. ¿Cómo? Con burlas disfrazadas de bromas, violencia en el transporte, silencios en el consultorio, y una burocracia humillante. Esa es la trastienda del confeti, los brillos y las lentejuelas. La lucha no es solo la marcha, es todo lo que sigue después, lo que ocurre cuando ya no hay escenario ni carteles ni gritos ni cantos ni baile.
Lo que ocurre en la marcha no puede quedarse en el asfalto ni perderse en el eco de los altavoces. ¡El grito colectivo debe ser motor! La resistencia no se agenda, no se celebra, no se concede; la resistencia es diaria, duele, incomoda y no va a detenerse.
Las organizaciones de la sociedad civil como Letra S, All Out, The Trevor Project, el Colectivo incluyeT, Yaaj México, Casa Frida, Balance A. C., la Red de Madres Lesbianas, entre otras, son estructuras vivas que sostienen la dignidad cuando el Estado falla, cuando la calle arde, cuando la ley no alcanza. Su trabajo cotidiano, de documentar, acompañar, denunciar, formar, exigir, no solo transforma vidas individuales, también construye condiciones colectivas para que existamos con derechos y no con permisos. Gracias a su labor hay refugios, hay datos, hay visibilidad, y hay contención.
Su trabajo impacta directamente en nuestras vidas, aunque no siempre lo notemos. Son resistencia organizada que hoy enfrenta recortes, abandono institucional y políticas que buscan silenciar su labor. Pero sus acciones nos recuerdan algo esencial: “nuestros derechos no se piden, se defienden”. Trabajamos por una lucha en común, y nos comprometemos por una lucha real, en contra de lo que violenta, ofende, y mata.
Marchamos porque nos matan, nos borran, nos niegan, desde la casa, en la escuela, en el trabajo, y en la calle. Marchamos porque crecer con miedo no es vivir, porque el silencio nos enferma, porque ser quienes somos no debería costarnos la vida. Y no, no somos una moda, no somos una fase, no somos una celebración de un solo día. Somos hijxs, estudiantes, vecinxs, profesionistas, que estamos en todas partes, aunque muchos prefieran no vernos. Seguimos y seguiremos aquí, y no vamos a desaparecer cuando termine el 28 de junio. ¡NOS VAN A VER, NOS VAN A ESCUCHAR! ¡SEGUIREMOS EXIGIENDO LO MÍNIMO: VIVIR CON RESPETO Y DIGNIDAD!
* Alma Cuadros es directora de Comunicación en Nosotrxs (@NosotrxsMX).
Publicación original: https://www.animalpolitico.com/analisis/organizaciones/nuestras-voces/despues-de-la-marcha-que