Publicado en El Universal
Por: Mauricio Merino
El gobierno de México hizo muy bien concediéndole asilo político a Evo Morales: honró una de las mejores tradiciones de la política exterior del país, cambió el curso de la conversación pública, puso el acento en temas que habían sido ignorados y recordó lecciones que no debemos olvidar nunca. En medio de tantos problemas acumulados, la presencia del presidente depuesto de Bolivia tendría que ayudarnos a cobrar conciencia sobre la cercanía de esos desenlaces brutales que han poblado la historia de los países que son como espejos del nuestro. O al menos, darnos un respiro para pensar.
Soy partidario incondicional del derecho de asilo, por principio y por experiencia. Saber que las fronteras del mundo pueden volverse flexibles para albergar a quien está amenazado de muerte por sus adversarios políticos es, ya de suyo, un argumento que nadie debería desdeñar: nadie que considere que convalidar las balas como recurso para resolver las diferencias políticas es siempre una derrota a la civilización. Por ese mismo motivo, me parece lamentable que México no haya diseñado una política más humana y más solidaria para proteger a la migración centroamericana de todas las violencias que afronta, pese a la diferencia entre un jefe de Estado y un éxodo que no quiere vivir en México sino moverse hacia los Estados Unidos. La presencia del presidente Morales nos recuerda que albergar a las víctimas de la violencia política es, sin más, una cuestión de principios.
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