Publicado en El Universal
Por Mauricio Merino
A iniciativa del Patronato del Ateneo Español en México, que guarda la memoria de la república española abatida en 1939, el gobierno y el Poder Legislativo mexicanos han conmemorado el octagésimo aniversario de la llegada del buque Sinaia, que fue el primero de los transportes exclusivamente dedicados a cobijar en nuestras tierras a los republicanos derrotados por las armas, pero invictos en sus convicciones. El viernes pasado, como culminación de una larga serie de acontecimientos destinados a rememorar la profundidad de ese episodio, la Cámara de Diputados inscribió con letras de oro en el muro de honor del Congreso mexicano: “Al exilio republicano español”.
Nunca fue más oportuna esta memoria. Desde luego, por la gratitud mutua que se deben los exiliados españoles y los mexicanos: los primeros, por la generosidad del presidente Lázaro Cárdenas y de su esposa, doña Amalia, quienes los abrazaron desde un principio sin titubeos ni condiciones; y los segundos, por el caudal de aportaciones que ese grupo de casi tres decenas de miles de hombres y mujeres trajo a la ciencia, a la cultura, a las artes, a la economía y a las instituciones del país y que siguen rindiendo frutos frescos. Pero esa memoria es oportuna y hasta urgente, digo, no sólo por la gratitud recíproca y el valor de los recuerdos, sino por la potentísima vigencia de las lecciones que legó.
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