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De la ciudadanía ideal a la ciudadanía real

De la ciudadanía ideal a la ciudadanía real

por Jorge Javier Romero, integrante de la comisión ejecutiva de Nosotrxs.

No cabe duda de que una de las debilidades de la democracia es la poca información con la que los electores acaban decidiendo su voto. En todos los países donde las elecciones son el mecanismo para seleccionar gobernantes y legisladores, la mayoría de los ciudadanos vota sin conocer a fondo las propuestas y los programas de los candidatos y sus partidos. De hecho, apenas si se enteran someramente, a grandes rasgos, de las diferencias entre unos aspirantes a cargos de representación y otros.

Esta desinformación lleva a que con frecuencia salgan electos personajes que conectan bien con el público y se convierten en fenómenos de opinión a pesar de tener programas vagos, cuando no contradictorios o inaplicables. También hemos visto en los últimos años el triunfo electoral de opciones basadas en evidentes mentiras, pero que se abrieron paso por la manera en la que simplificaron el mensaje transmitido a sus votantes. En los últimos tiempos, en diversos países, hemos visto el éxito de demagogos que se aprovechan de los miedos o de las pasiones latentes en grupos sociales afectados por una crisis, que temen a la migración, o que culpan de todos sus males a los políticos y, por tanto, están dispuestos a votar por quienes se presentan como antipolíticos o como ciudadanos puros lejanos a la “casta”.

 Sin duda, si los ciudadanos estuvieran dispuestos a adquirir más información política, los resultados electorales tenderían a ser más eficientes respecto al tipo de candidatos que resultaran electos. Aquellos con programas más acabados, con propuestas más viables, tenderían a captar más apoyos que quienes no profundizaran o presentaran solo generalidades o simples disparates. Sin embargo, esto no ocurre en ningún lugar del mundo, ni siquiera en los países con los mayores niveles educativos.

Y es que la información cuesta: hay que buscarla, dedicarle tiempo a conocerla y comprenderla. Muchos temas requieren para su comprensión conocimientos técnicos que no están al alcance del elector promedio. Es verdad que el resultado de una elección puede ser de gran relevancia para el destino de un país, pero al votante individual no le reditúa dedicarle mucho tiempo a conocer a fondo lo que proponen las diferentes opciones políticas, en buena medida porque sabe que su voto solo es uno más entre millones y que su decisión individual solo cuenta una pequeñísima fracción en el agregado de la voluntad popular. Así, solo adquiere la información que le es menos costosa: la de los noticieros de la tele, la de los comentarios de sus amigos o familiares, la que escucha por aquí y por allá.

La ignorancia de los votantes es racional, en el sentido de que el cálculo del costo–beneficio de informarse políticamente no es rentable. ¿Para qué dedicarle una gran cantidad de tiempo a leer las plataformas de los candidatos si al final de cuentas la posibilidad de que mi voto decida la elección es infinitesimal? Además, una vez en el cargo es bastante probable que los elegidos no se comporten de acuerdo con lo ofrecido en campaña y los mecanismos para hacerlos cumplir su palabra son más que débiles. Sí, sería mejor que los votantes estuvieran mejor informados, pero la mecánica misma de la democracia hace que esto sea muy difícil de lograr. Tal vez la tecnología abarate la información política, pero también es posible que esta sea cada vez más confusa, con la difusión de bulos y paparruchas en la red.

El único antídoto posible frente a la desinformación es el desarrollo de redes ciudadanas que contrasten las propuestas de las diversas fuerzas y compartan sus hallazgos con la sociedad, al tiempo que, una vez electos los representantes populares, les sigan en su gestión y contrasten sus ofertas de campaña con sus actuaciones ya en el cargo. Ése es uno de los objetivos de Nosotrxs: contribuir a la existencia de una ciudadanía cada vez más informada y demandante.

Nosotrxs

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