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Día Internacional de la Democracia

Publicado en El Sol de México

El 15 de septiembre se celebraron dos cosas que la casualidad nos ha puesto juntas: la víspera de la independencia de México y el día internacional de la Democracia, que son aspectos que, en lo que nos concierne, podemos resumir en la historia de los vaivenes de la soberanía del país, a través de guerras militares y simbólicas, para instalar y controlar los aparatos burocráticos de los regímenes que han ido ordenando la vida común de lo que decimos que es México. En otras palabras, a lo largo de la historia se nos ha puesto en frente la pregunta de quién debe de tener el poder para decidir el rumbo de la patria. Entre las respuestas que se han puesto en juego, la democracia y los derechos humanos han ganado terreno y se han consolidado como el marco de referencia dominante de las instituciones del Estado.

En la escuela nos enseñaron una fórmula muy sencilla para entender lo que es la Democracia: es una palabra que viene del griego y quiere decir el poder del pueblo, es decir, que el pueblo se gobierna a sí mismo. Esto se hace mucho más complejo cuando queremos ponerlo en práctica, sobre todo si el pueblo está integrado por pueblos diferentes y el territorio es extenso. Una manera de resolver la complejidad de lo anterior ha sido la representatividad del pueblo que se organiza para decidir sobre los asuntos comunes y para garantizar la representatividad del pueblo se ha optado por las elecciones a través de mayorías.

Así, parecería que el papel de la ciudadanía en la Democracia se reduce a votar por quienes ocupan los puestos públicos en los que se toman las decisiones oficiales de la vida en común. Sin embargo, a estas alturas debería ser muy claro que la participación de las personas en un régimen democrático, para poner las condiciones de posibilidad para una vida digna, no pueden reducirse a eso, ni en la práctica ni en el discurso, mucho menos de quienes tienen cargos públicos.

Las elecciones y la alternancia de quienes están en el poder, aunque han sido triunfos importantes para la organización democrática del país, están rebasadas; sin importar si son apuestas partidistas o independientes. Ganar las elecciones no es necesariamente ganar la capacidad de gobernar. Por lo menos no en nuestras condiciones actuales. Necesitamos mucho más que eso, porque ahora no es claro que los pueblos puedan decidir sobre sus vidas, y si la soberanía no está en los pueblos, está en las élites de la burocracia, del capitalismo y del crimen (no siempre con límites claros entre sí).

Necesitamos transitar hacia una economía social y solidaria que permita generar riqueza con justicia y dignidad, y hacia un modelo de gobierno, parlamento y justicia abiertas que permitan la colaboración entre ciudadanía y Estado para construir instituciones fuertes que puedan garantizar las condiciones de posibilidad para el goce de los Derechos Humanos. Marshall Ganz dice que la caridad es preguntarse por las necesidades y ofrecer ayuda; la justicia, en cambio, es preguntarse por las causas de las necesidades y transformarlas. Sin la sociedad civil, sin nosotrxs, eso no es posible.

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