Publicado en El Universal
Por Mauricio Merino
Tengo cincelada en la memoria la frase que nunca dijo André Malraux: “el Siglo XXI será espiritual o no será”. Una predicción que sigue causando escalofríos y que ha sido corregida o combatida diez mil veces, acrecentando la fuerza de la invocación. Otro filósofo francés, André Comte-Sponville, corrigió la frase cuando el siglo había llegado, añadiendo otra palabra: “será espiritual y laico, o no será”. Los mexicanos habíamos optado por la segunda desde hace mucho tiempo, pero se nos está olvidando.
En 2012, la Constitución Política fue reformada para añadir esa palabra al Artículo 40: “Es voluntad del pueblo mexicano constituirse en una República representativa, democrática, laica, federal…”, condición que también está plasmada en el Artículo Tercero, Fracción Primera: “Garantizada por el Artículo 24 la libertad de creencias, la educación será laica y, por tanto, se mantendrá por completo ajena a cualquier doctrina religiosa”, mientras que la definición de lo que eso significa está, en efecto, en ese texto constitucional: “Toda persona tiene derecho a la libertad de convicciones éticas, de conciencia y de religión, y a tener o adoptar, en su caso, la de su agrado. (Pero) nadie podrá utilizar los actos públicos de expresión de esta libertad con fines políticos, de proselitismo o de propaganda política”.
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