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Trabajadoras del hogar enfrentando la desigualdad

Publicado en El Sol de México

Por Ana Fernanda Hierro

“Tu destino está en tus manos”, “el esfuerzo es la clave del éxito”. Abundan libros y discursos con frases que “invitan” a asumir la responsabilidad de nuestro presente y definir nuestro futuro. Bajo esta lógica, la riqueza, el éxito y hasta la tranquilidad mental están bajo nuestro control, independientemente del contexto. La realidad es más compleja: en México, 70% de quienes nacen en una situación de pobreza, permanecerán en esta condición por toda su vida (CEEY, 2018).  ¿Esas personas son flojas y derrotistas? No. México es el país de la OCDE con más horas trabajadas por persona (OCDE, 2018).

Privilegios. Esa es la palabra mágica. Nacer y acceder a una vida donde los mantras de la autoayuda son realizables, dependiendo de qué tantos privilegios tenga una persona. En México, esa persona tiene características definidas: ser hombre, de clase media alta o alta, con educación superior, ser del norte del país, heterosexual y de tez clara. En contraste, ser mujer, de clase baja, sin educación básica, del sur del país o perteneciente a alguna minoría sexual, étnica y de tez oscura, equivale a estar en enorme desventaja.

Las mujeres ocupan solamente el 36.6% del total de empleos formales en el país. Además, México tiene la peor brecha salarial en América Latina, pues una mujer debe trabajar, en promedio, 35 días más al año para equiparar el salario de un hombre; una diferencia mensual en salarios de 16% (Observatorio del Trabajo Digno, 2019).

Paradójicamente, para muchas mujeres, tener el privilegio de contratar a una trabajadora del hogar, equivale a ampliar las posibilidades de acceder al mundo laboral en condiciones que nivelen su situación con la de los hombres. Según la ENUT (INEGI, 2014), mientras que los hombres dedican 23% del total de horas al trabajo doméstico y cuidados no remunerados, las mujeres cargan con el 77%. Sin embargo, emplear a una trabajadora doméstica casi siempre implica reproducir esquemas de discriminación y desigualdad.

En América Latina hay 14 millones de mujeres trabajadoras del hogar remuneradas, con un promedio salarial mensual de 3,295 pesos (OIT, 2019) y el 87% de ellas no cuentan con prestaciones laborales (CONAPRED, 2017). De acuerdo a CONAPRED (2015), 36% empezó a trabajar antes de los 18 años y el 81% de estas labora por necesidad económica. 55% no ha concluido la educación básica y solamente 8% sigue estudiando. Encima, sus condiciones de empleo son precarias: 46% labora más de 8 horas establecidas por ley, 75% nunca ha recibido un aumento, solo 57% recibe aguinaldo y apenas 30% tiene vacaciones (CONAPRED, 2017).

Recientemente se dio una decisión que podría ser un parteaguas: la Suprema Corte declaró inconstitucional y discriminatorio que estas personas no tengan acceso a la seguridad social. Esta informalidad y precarización está normalizada: sin ahorro; sin prestaciones; sin tiempo para educarse; sin redes profesionales y sociales ¿en qué momento y con qué recursos estas personas podrían construir un mejor futuro por sí mismas? De ahí la importancia de empujar estos cambios, comenzando por reivindicar su relación y dignidad laboral.

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