La falta de empleo es parte de la violencia económica que vive México; el que afecta a las juventudes, una de sus expresiones.
Por: @MiguelAgustin_
La falta de empleo es parte de la violencia económica que vive México; el que afecta a las juventudes, una de sus expresiones. El daño generado por este se manifiesta en la dimensión objetiva de un derecho humano vulnerado y en la dimensión subjetiva (poco proyectada todavía) que significa la herida abierta en generaciones completas cuyo tiempo y sentido se diluye permanentemente en un territorio donde se precariza la vida de forma cada vez más amplificada.
El acceso a un empleo digno, inclusivo y pleno es un requisito indispensable para la estabilidad y el desarrollo sostenible de cualquier sociedad contemporánea. Datos de la OCDE sobre México, visibilizan que más de seis millones de personas jóvenes (21%) carecen de oportunidades de educación y de empleo y donde las últimas —en el “mejor de los casos”— se dan dentro del segmento de la economía informal; territorio donde casi 9 millones ejercen sus distintos saberes para obtener un ingreso (60% del total de jóvenes activos laboralmente).
Adicionalmente, las pocas y casi nulas posibilidades de tener un empleo formal que permita el desarrollo integral de las y los jóvenes; las escasas o deficitarias opciones para ingresar o permanecer en el sistema educativo; la remota posibilidad de adquirir una vivienda propia o de tener seguridad social; el mínimo acceso a actividades artísticas y culturales de calidad, y la deuda afectiva, de adherencia y de referencialidad a modelos de vida saludables, ha contribuido al aumento del involucramiento de niñ@s, adolescentes y jóvenes en actividades ilícitas y/o informales.
Uno de los tantos problemas —más allá de los de carácter sistémico relacionados a la redistribución del poder y el capital— de la falta de trabajo ha sido su abordaje predominantemente productivo. El trabajo ha sido poco mirado desde su dimensión dignificadora. Hannah Arendt, quien pensó sobre la condición humana; abordó el trabajo como una de las actividades ligadas a esta (junto a la labor y la acción). Arendt, quien intentó reposicionar el valor de la vida activa respecto a la vida contemplativa (históricamente vista como un modo de vida “superior”), coloca al trabajo como aquella actividad cuya condición humana es lo no natural, lo terreno; pero que a su vez es justo la actividad articuladora que posibilita el acceso al mundo de la acción, de la palabra, de la comunidad y por ende al mundo de la historia y de la trascendencia.
Trabajo, labor y acción estaban ligadas a una condición más general: la de la existencia a través de la natalidad y la mortalidad; lo que permite a la persona distinguirse del resto de la naturaleza es la capacidad de construir la historia. El trabajo permite modificar la naturaleza, conceder a través de lo creado una medida de permanencia y durabilidad; permite romper “el efímero carácter del tiempo humano”. Si bien es cierto que el trabajo es pensado por Arendt desde la mundanidad y es una actividad de carácter finito que eventualmente vuelve a su naturaleza inicial; es también una actividad que para las personas permite subjetivar y construir identidad; que permite otorgar estabilidad al mundo natural y de relación en donde las personas existen; una posibilidad de dominio, del entorno; pero también de los actos y del sí mismo.
En este sentido, el trabajo no es exclusivamente lo que tradicionalmente hemos entendido como empleo; el trabajo es previo e independiente a su materialización en términos de producción de capital. El trabajo como nos hace mención Arendt es una actividad humana, íntimamente ligada a su condición. El trabajo se distingue de la labor natural por su capacidad de interferir en el ciclo repetitivo y ahistórico de la naturaleza; las ideas, el pensamiento previo y la palabra son elementos que distinguen el trabajo hecho por las personas del trabajo que podríamos atribuir a otros seres vivos; es decir, para que el trabajo sea posible se requiere de una idea, pero también de un saber, de un poder hacer, de un conjunto de conocimientos que permitan transformar el entorno en algo tangible o no, que satisfaga una necesidad humana. Esto es importante; el trabajo está fuertemente vinculado al concepto de necesidad y éstas pueden estar dadas en múltiples dimensiones también; desde las concretamente materiales hasta las ontológica y teleológicamente subjetivas que tienen que ver con nociones como la autorrealización, el autoconcepto o el sentido de trascendencia.
Además, antes del trabajo y mucho antes del empleo como una expresión de este dentro de un sistema económico particular, está el saber como conjunto de experiencias adquiridas y perfeccionadas que las personas tienen y las vinculan consigo mism@s y con los otr@s y que implican la posibilidad de tejer un puente con el mundo. Las personas adquieren conocimiento y experiencia a partir de su conexión con éste. El reconocimiento de lo que sabemos es también el reconocimiento de lo que podemos hacer, y contribuye a la construcción del querer ser y de la identidad que a partir de ello se construye.
El reconocimiento de saberes es una parte fundamental para la construcción individual y colectiva de personas y comunidades. Mirar y reconocer las capacidades y las de las demás personas contribuye a entendernos, a conocernos. Las identidades están ligadas fuertemente a esto; no solo eso, el saber y su puesta en marcha como trabajo, puede permitir a la persona fortalecer otras dimensiones resilientes como la competencia social, la adaptabilidad, el goce personal, la autorregulación de habilidades cognitivas y emocionales y la solución de problemas y conflictos.
Es fundamental además reconocer todas las dimensiones del trabajo, desde lo que implica previamente tener un saber hasta la dimensión posterior que implica el empleo. Ampliar nuestra noción sobre el trabajo puede contribuir a la construcción de una base más sólida sobre la cual sostener el énfasis productivo que el mercado actual exige, sin por ello, debilitar a las personas y a las comunidades como se ha venido dando en las últimas décadas.
Un proceso formativo que amplié la mirada sobre el trabajo, el empleo y los saberes con las personas jóvenes que inician a mirar su tránsito de relaciones sociales hacia el círculo del empleo puede contribuir no solo a que estas desarrollen más habilidades y competencias, sino que exista una base motivacional más sólida por la cual se apueste a la dignidad y a la construcción de un proyecto de vida, haciendo así, mucho más efectivo su proceso de inclusión y permanencia. Distintos programas, modelos y políticas públicas buscan ello en la actualidad; su coordinación como sistema es fundamental; su complementariedad necesaria. Entre todos estos está #Órale, un modelo probado de aprendizaje integral, orientado a juventudes de entre 16 y 28 años que deseen desarrollar habilidades para la vida y competencias laborales que les permitan volver a la escuela o conseguir un empleo.
#Órale fue creado por la International Youth Foundation que cuenta con más de 25 años de trabajo continuo preparando jóvenes para ser ciudadanos comprometidos en su comunidad y que actualmente trabaja en 101 países. Este modelo se ha implementado en Ciudad Juárez y Tijuana bajo una estricta sistematización de procesos, protocolos e instrumentos de operación, en donde a partir de 9 evaluaciones de impacto sabemos que el 70% de los jóvenes graduados obtienen un empleo formal o regresan a estudiar. Resguardado actualmente por la organización Vínculos y Redes A.C. #Órale ha sido replicado en las ciudades de León, Guadalajara y Puebla, y este año, el día 28 de octubre, iniciará su implementación en la Ciudad de México.
El acceso a un empleo formal mejora la calidad de vida de la persona joven a través del ingreso a la seguridad social, a una formación laboral y a su participación en comunidades locales que les brindan otras oportunidades de crecimiento; es además un paso para su desarrollo socioeconómico. Un empleo es la oportunidad de aprender nuevas habilidades y conocimientos que contribuyen al autoestima, la autovaloración y el sentido de trascendencia. Un trabajo digno o formar parte de un nivel educativo formal son factores protectores para las personas; la ocupación del tiempo en una actividad que además de productiva, puede fortalecerlas y si bien este no necesariamente debe ser visto como una dimensión que necesita ser colmada por la persona para significarse, hacerlo puede ser una conducta de protección frente a contextos donde el riesgo está presente.
#Órale abre una ventanita para las juventudes de este país y de esta ciudad.
¡Súmate!
Más información en:
FB: Órale CDMX
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