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¿Avanzaremos en el reconocimiento de los derechos de las trabajadoras del hogar?

Quedan pocos días para que pueda ratificarse en este sexenio el Convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y con ello sentar las bases para hacer efectivos, en los próximos años, los derechos de las trabajadoras del hogar.

Por Andrea Santiago, coordinadora de la causa de #TrabajadorasDelHogar en Nosotrxs

Publicado en El Sol de México

En medio de las campañas electorales, distintos candidatos presidenciales han expresado el reconocimiento por la labor que realizan diariamente estas 2.4 millones de mujeres y han hecho promesas para convencernos de que su realidad laboral mejorará significativamente en el futuro, cuando ellos lleguen a gobernar. Sin embargo, es hoy cuando el Presidente puede realmente asegurar que esas propuestas de campaña no quedarán en el olvido y, al mismo tiempo, facilitar la implementación de dichas propuestas llegado su momento. Pero, ante todo, es hoy cuando puede asegurar que independientemente de quién gane la elección, habrá un compromiso del Estado mexicano a desplegar medidas que, por primera vez en la historia, garanticen las condiciones de igualdad laboral para este sector.

El tiempo desafortunadamente no ha jugado en favor de las trabajadoras del hogar. Al exigir sus derechos sale a la defensiva la retórica de la espera tan utilizada para frenar cambios históricos y culturales necesarios que involucran, entre otras cosas, combatir la hipocresía. Somos una sociedad que repite sistemáticamente que las empleadas del hogar “son como de la familia” y al mismo tiempo el país donde el 63 por ciento de ellas vive en la pobreza por no recibir los bienes y servicios suficientes para cubrir sus necesidades básicas. Somos, para vergüenza nuestra, el país con la menor tasa de formalización laboral de trabajadoras del hogar en toda América Latina.

La voluntad política se ha convertido en el principal obstáculo para revertir esta situación tan normalizada de atropellar los derechos de este grupo de trabajadoras. No es un asunto económico ni técnico, como se ha querido aparentar, el que ha frenado la ratificación del Convenio 189. Éste es lo suficientemente flexible que incluso permite una implementación progresiva, y es bajo este esquema que ha podido implementarse de forma exitosa en otros países. En todo caso, durante el sexenio se ha compartido y producido evidencia que respalda su viabilidad.

El Ejecutivo, tras su promesa en 2014 de enviar al Senado el Convenio 189 para su ratificación, sembró en las trabajadoras del hogar la esperanza de que su realidad, y por tanto la de sus familias, sería transformada. Sembró en la ciudadanía la esperanza de que podemos empujar cambios profundos que nos coloquen en vías de ser la nación incluyente a la que aspiramos ser. Sembró la esperanza de que en México podemos predicar con el ejemplo y derribar los muros de la desigualdad social.

Hoy decenas de organizaciones como Nosotrxs y miles de ciudadanos le exigimos al Presidente que honre su promesa y que no rompa con esta esperanza. Está en sus manos contribuir a cortar de raíz la injusticia o a perpetuarla.

Nosotrxs

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Aún hay tiempo o de la legítima impaciencia

Trabajadoras del hogar y organizaciones de la sociedad civil llamamos de nueva cuenta al Congreso a ratificar el Convenio 189 de la OIT. No podemos alargar la espera cuando se trata del reconocimiento de los derechos de un grupo de trabajadoras que históricamente se les ha negado un trato igualitario en materia de derechos laborales.

En abril de 1963, Martin Luther King escribía uno de sus más poderosos mensajes desde una cárcel de Birmingham. Se trataba de una carta que respondía a otra carta pública[1] escrita por 8 clérigos, en la que éstos hacían un llamado a la comunidad a tener paciencia para resolver los asuntos raciales, entre ellos el reconocimiento de los derechos de la población negra. Estos 8 hombres blancos reconocían la impaciencia de aquellos cuyas esperanzas tardaban en materializarse, pero estaban convencidos de que las movilizaciones llevadas a cabo en las calles eran desatinadas e inoportunas. Martin Luther King, en su brillante réplica, escribe que la comunidad negra llevaba más de 340 años esperando disfrutar de sus derechos constitucionales y que resultaba fácil para aquellos que nunca habían sido segregados ni habían sufrido por la privación de sus derechos, pedir paciencia. Por ello reivindicaba su legítima e inevitable impaciencia.

Desde otro rincón del planeta y medio siglo después, hoy las trabajadoras del hogar y diversas organizaciones de la sociedad civil hemos hecho un llamado al Estado mexicano para que ratifique, antes de que concluya el sexenio, el Convenio 189 de la OIT, el cual establece los derechos de este sector y junto con ellos, medidas para garantizarlos. Reivindicamos nuestra legítima impaciencia porque estamos convencidas de que no podemos alargar la espera cuando se trata del reconocimiento de los derechos de un grupo de trabajadoras que históricamente ha sido maltratado por la sociedad y sus instituciones que, con el aval de nuestras propias leyes, les niegan un trato igualitario en materia de derechos laborales.

La ruta de la espera nos desvía de la justicia. Hoy 97 por ciento de las trabajadoras del hogar no tienen acceso al sistema de salud público, casi el 80 por ciento de ellas son madres y no tienen acceso a las guarderías, y el 63 por ciento no reciben los bienes y servicios suficientes para cubrir sus necesidades básicas.[2]

Generaciones de trabajadoras del hogar llevan esperando recibir un trato digno y un trabajo decente. Puede resultar fácil para muchos funcionarios –muy probablemente en su mayoría empleadores–  el continuar posponiendo la ratificación, el dejarla para otro sexenio para que se encargue de ella otra administración. Evidentemente no son ellos quienes cargan con los costos de la espera, son las trabajadoras del hogar y sus familias las que diariamente padecen sus efectos.

Las excusas para no ratificar y reconocer la igualdad en materia laboral a este sector son siempre insuficientes. El argumento económico –hasta ahora el más utilizado para frenar la ratificación– pierde fuerza frente al argumento que establece nuestra propia Constitución en el artículo 123: “Toda persona tiene derecho al trabajo digno”. Al mismo tiempo y para rebatir dicho argumento, el Convenio establece una implementación progresiva dando la posibilidad al Estado de distribuir, a lo largo de varios años,  los costos que tendría por ejemplo el acceso al régimen obligatorio del seguro social.

Hemos insistido en que uno de los argumentos para sí ratificar es que el camino que involucra el Convenio 189 contempla el diseño detallado y puesta en marcha de acciones que compongan una política pública integral de atención a este sector. Es decir, garantiza que las reformas a las leyes no serán letra muerta.

En todo caso hay evidencia suficiente para mostrar que, en términos económicos y de infraestructura institucional, es viable la implementación de dicho Convenio.  Si es así, la gran incógnita es ¿por qué no hemos avanzado? Y aquí es importante reconocer la profunda discriminación que se oculta detrás del argumento económico y que está enraizada desde los tiempos de la Colonia. Una discriminación producto de las clasificaciones culturales que otorgan un valor diferenciado a las personas dependiendo de su origen étnico, de su género, clase social. A las trabajadoras del hogar se las castiga simbólicamente y por tanto, socialmente, por no haber nacido con muchos de los atributos y condiciones que en nuestra sociedad son premiados. Continúa operando, aunque de forma disfrazada, un sistema de castas en México. Y es de este sistema del que emanan una batería de excusas para no reconocer y hacer efectiva la igualdad de condiciones de trato y laborales para las trabajadoras del hogar, de la misma manera que dicha igualdad no era reconocida para los afroamericanos durante siglos.

El tiempo tiene dos caras, puede servir para impulsar cambios o para sostener un estado de estancamiento. Es por ello que como decía Martin Luther King: debemos utilizar el tiempo creativamente, sabiendo que siempre es el momento apropiado para hacer lo que es correcto. Por eso es que hoy una pluralidad de voces le decimos al Gobierno Federal que Aún Hay Tiempo para que haga lo correcto y envíe el Convenio 189 al Senado para su ratificación. Sin duda, de hacerlo, sería una conquista histórica y una forma de quebrar con esta paralizante espera que ha sumido en la marginación a más de 2.4 millones de trabajadoras en  nuestro país.

 

* Andrea Santiago Páramo es Coordinadora de la causa de trabajadoras del hogar de Nosotrxs, organización aliada del @ISBeauvoir.

[1] La carta de los 8 clérigos se titula “A Call for Unity”. La carta que escribió M. Luther King como respuesta a ésta se conoce como “Letter from a Birmingham Jail”.

[2] Cebollada, Marta, Las personas trabajadoras del hogar remuneradas en México: perfil sociodemográfico y laboral, CONAPRED, México, 2016, p.16

Hogar

Cuando la desigualdad toca a la puerta: Trabajadoras del hogar.

#SeguridadSocial en el hogar

Por Andrea Santiago, coordinadora de la causa de Trabajadoras del Hogar en Nosotrxs. Publicado en Tercera vía

En México hay espacios que sirven de lupa para comprender las profundas desigualdades que vivimos de forma cotidiana y naturalizada en nuestro país. El hogar de muchas clases medias y altas, es uno de ellos. En el imaginario social, la casa es percibida como el lugar de lo íntimo, nuestro refugio frente a las demandas del trabajo, un lugar seguro, de esparcimiento y convivencia familiar. Pero sucede que el hogar es, al mismo tiempo, un espacio de trabajo para otros[1]; otros que por lo general están muy alejados en términos de clase social, procedencia, y oportunidades. Para estas personas, el hogar de sus empleadores puede ser fuente de malestar, temor, incertidumbre, así como de agotamiento físico, mental y emocional debido a las malas condiciones laborales en las que se desempeñan.
 
El problema de la desigualdad para las trabajadoras del hogar, se agrava porque su trabajo se da en un ámbito de lo íntimo que pocas veces está bajo el escrutinio público, lo que favorece su invisibilización. Es necesario sacar a la luz los problemas a los que se enfrentan e invitar a entenderlos a detalle pues sólo así se podrá pensar en soluciones. Por ello, en las siguientes líneas ahondaré en características comunes del trabajo doméstico remunerado que contribuyen a reforzar injusticias.

Precariedad

Sin embargo, nunca se establece una jornada máxima, reconociendo así que la gente puede laborar hasta 12 horas por día, obviamente sin pago de horas extras.

Las condiciones de precariedad laboral, en el caso del trabajo doméstico remunerado, se reflejan en la inexistencia de contratos, los bajos salarios[2], la indefinición de horarios de trabajo, y las pocas o nulas prestaciones a las que tienen acceso[3]. Aunque esto podría sonar familiar para muchos trabajadores en México, quienes tienen que aceptar trabajos bajo estas condiciones como única alternativa, lo particular del trabajo doméstico remunerado es que la propia Ley Federal del Trabajo (LFT) y la Ley del Seguro Social (LSS) fomentan algunas de estas indeseables condiciones. Por ejemplo, la LFT estipula que para quienes trabajan bajo la modalidad “de planta”[4], el descanso debe ser de 9 horas durante la noche y 3 durante el día. Sin embargo, nunca se establece una jornada máxima, reconociendo así que la gente puede laborar hasta 12 horas por día, obviamente sin pago de horas extras. La misma ley señala que hasta el 50 por ciento del pago puede ser en especie (alimentación, habitación). Es decir, autoriza que se reduzca a la mitad un salario, que ya de por sí es bajo, a las personas que trabajan bajo esta modalidad. Por su parte, la LSS establece como voluntaria la inscripción al Seguro Social de las trabajadoras del hogar, y por si fuera poco, aun cuando se les afilie, quedan excluidas del INFONAVIT y de los servicios de guarderías[5]; una triste paradoja pues muchas de ellas dejan a sus hijos para cuidar a los hijos de los empleadores.

Desigualdad de trato

Otra característica de este tipo de empleo, que va más allá de una dimensión económica, es la desigualdad de trato. Es decir, el poco respeto o reconocimiento que reciben quienes lo realizan. La discriminación y estigma de las que son objeto las trabajadoras del hogar, ha sido una de las marcas distintivas del trabajo doméstico remunerado. Se les discrimina no sólo por el tipo de trabajo que ejercen sino por su clase social, nivel de escolaridad, lugar de procedencia, apariencia física, la forma de hablar español o hablar una lengua indígena[6]. Ciertos productos culturales como algunas telenovelas, han contribuido a la generación de un imaginario social que las coloca en el lugar del atraso, la ignorancia y la sumisión[7], lo que en la práctica se traduce en tratos despectivos y/o condescendientes. Como ejemplos de esto se encuentran: el esculcar sus pertenencias, que duerman en cuartos inhóspitos, el darles las sobras de la comida, y/o los motes despectivos –“la chacha”, “la criada”, “la gata”– para referirse a ellas. Al respecto dice Paula Hernández, empleada del hogar desde hace 25 años, que hay que llamar a la gente por su nombre y no ponerles un calificativo, porque ellas también podrían hacer lo mismo con sus empleadores llamándolos “el ruco, la ruca, la vieja… la pirujita”[8]. Sin embargo, agrega, “son cosas que no pueden decir, se dediquen a lo que se dediquen y sean lo que sean”.

 

Afectos que afectan

Si bien la proximidad física no anula las diferencias sociales entre empleadores y empleados, en algunos hogares esta proximidad y convivencia cotidiana da lugar a la creación de vínculos afectivos. El trabajo siempre ha sido un espacio de socialización y por ende de intercambio de afectos, pero en el caso particular del trabajo doméstico remunerado muchas veces éstos nublan la relación laboral y contribuyen a que los empleadores olviden que lo son. Esto se expresa, por ejemplo, cuando el aguinaldo, el aumento de sueldo o las vacaciones pagadas, son reemplazados por los regalos de navidad, los consejos personales, entre otras muestras de afecto. La solución, claro está, no radica en impedir un intercambio afectivo, sino en que no se dé en detrimento de los derechos laborales de quienes trabajan. Tener claro que una cosa son las condiciones laborales y otra las muestras de cariño, es central.

 

El trabajo doméstico: un servicio en aumento

Las labores domésticas y de cuidados[9] que históricamente se asumen como responsabilidad de la mujer, como una actividad que realizan de forma “natural” y/ como expresión del amor que sienten por sus familias –lo que seguramente ha contribuido a su poca valoración y a que no se vea como un trabajo que implica tiempo, conocimientos específicos y desgaste–, hoy en día están siendo altamente demandadas. Tanto la creciente incorporación de las mujeres al mercado de trabajo –caracterizado por horarios prolongados–, como el envejecimiento de la población en algunas regiones del mundo –y que en México aumentará en las próximas décadas[10]–, ha elevado la demanda de este tipo de servicios a nivel global.

Esta demanda de servicios se está dando en un contexto nacional poco favorecedor para la mayoría de los trabajadores

Es, en todo caso, un tipo de trabajo que ha cobrado un valor inusitado para la economía[11] y la sociedad, y podemos anticipar que lo seguirá haciendo. Sin embargo, esta demanda de servicios se está dando en un contexto nacional poco favorecedor para la mayoría de los trabajadores: por los bajos salarios y las brechas de ingresos cada vez mayores entre los hogares ricos y pobres[12], la precariedad laboral, el poco acceso a la seguridad social, entre otras agravantes. Si a esto le sumamos las desventajas que acentúan las propias leyes mexicanas en el caso concreto de las trabajadoras del hogar, nos encontramos frente a un panorama verdaderamente lamentable. Por ello es urgente plantear soluciones que garanticen que la demanda de este tipo de servicios no se siga dando a costa de la calidad de vida de las empleadas del hogar.

 

¿Qué se puede hacer?

Ante un panorama tan complejo, las soluciones no son simples ni en una sola dirección. Son múltiples los frentes que hay que atacar. Dentro de éstos destacan la ratificación del Convenio 189 para que el Estado mexicano esté obligado a cumplir con los estándares internacionales que garantizan los derechos humanos y laborales de este sector. Asimismo, es central reformar las leyes mexicanas para garantizar una jornada máxima de 8 horas, pago de horas extras, un salario justo y el acceso a todas las prestaciones de ley. No obstante, se requieren incentivos fiscales y la simplificación de trámites administrativos[13] para facilitarle a los empleadores el registro de las trabajadoras del hogar al Seguro Social así como contemplar las distintas modalidades bajo las cuales se realiza este empleo.

Se requieren incentivos fiscales y la simplificación de trámites administrativos para facilitarle a los empleadores el registro de las trabajadoras del hogar al Seguro Social

Claro que como hemos visto, el cambio en las leyes es tardado y depende en buena medida de la voluntad política de nuestros gobernantes –aún a pesar de las múltiples y valiosas presiones y esfuerzos que desde distintas instancias[14] se están dando para revertir esta situación–. Desde el 2014, por ejemplo, llevamos esperando a que el Gobierno Federal materialice su compromiso de enviar la propuesta de ratificación del Convenio 189 al Senado de la República. Aún hay tiempo para que lo hagan antes de que finalice el sexenio y así dar un paso contundente en el reconocimiento de los derechos de este sector. Sin embargo si queremos abrir múltiples frentes que contrarresten la lentitud institucional, el primer paso lo podemos dar en nuestras casas. La formalización de la relación laboral a través de un contrato escrito que estipule los derechos y obligaciones de ambas partes, el aumento de sueldos, el no exceder las 8 horas de trabajo, el pago de aguinaldo, vacaciones y horas extras, entre otras, son condiciones laborales que pueden ofrecerse sin esperar a que las leyes cambien. Es realmente en esos momentos cuando contribuimos a mejorar las condiciones de vida de las empleadas del hogar; además de ser una manera de mostrarles respeto y reconocimiento al trabajo que realizan diariamente. Por el contrario, ayudarlas simplemente a sobrellevar la precariedad, involucra reproducir y legitimar, de forma cotidiana y en nuestro hogar, la desigualdad.

Referencias

[1] Exactamente 2,387,907 de personas dedicándose al trabajo doméstico remunerado según la ENOE [1er trimestre de 2017]. De esta cifra, 92 % son mujeres, por ello en lo que sigue del artículo hablaremos de trabajadoras del hogar.
 
[2] Según datos del INEGI, en 2015, 73.2% de los trabajadores domésticos reciben 2 salarios mínimos al día o menos. Fuente: http://bit.ly/1Jw7I8s
 
[3] En 2010, 76.3% no contaba con ninguna prestación laboral. Fuente: INEGI. “Perfil sociodemográfico de los trabajadores domésticos remunerado en México 2010.”
 
[4] Es decir, aquellos trabajadores que habitan en el hogar donde prestan sus servicios.
 
[5] Cebollada, Marta, Una propuesta de política pública para la formalización de los trabajadores domésticos en México. Tesis de maestría. FLACSO, México, 2016, p. 45.
 
[6] Angélica González y Edwing Solano, “Repercusiones de la discriminación hacia las trabajadoras del hogar. Análisis cualitativo de la Enadis 2010”. Dfensor. Revista de Derechos Humanos, núm. 01, año x, México, enero 2012, p.27.
 
[7] Séverine Durin y Natalia Vázquez, “Heroínas-sirvientas. Análisis de las representaciones de trabajadoras domésticas en telenovelas mexicanas”, p. 34.
 
[8] Testimonio de Paula: http://bit.ly/2h8eYSQ. Más testimonios de trabajadoras del hogar en: vocesdeentradaporsalida.org
 
[9] Que pueden incluir: limpieza de la casa, cocinar, planchar, lavar, jardinería, vigilancia de la casa, cuidado de los niños, enfermos, ancianos, mascotas, ser chófer de la familia.
 
[10] Para el 2050 se espera que 25% de la población tenga más de 60 años. Fuente: http://bit.ly/1NJyG5h
 
[11] Salazar Parreñas, Rhacel, Servants of Globalization. Women, migration and domestic work, Standford University Press, E.U.A, 2001, p.74
 
[12] En 2015 los hogares más ricos ganaban en promedio 20 veces más que los más pobres. Fuente: http://bit.ly/2a3Y3kr
 
[13] Cebollada, Marta, op.cit, p.101.
 
[14] Podemos subrayar los esfuerzos de Hogar Justo Hogar, Nosotrxs, Centro de Apoyo y Capacitación para Empleadas del Hogar (CACEH), CONAPRED, Instituto de Liderazgo Simone de Beauvoir (ILSB), entre otros.
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El tendedero de la esperanza

Tendiendo la esperanza

Publicado en El sol de méxico por Andrea Santiago, coordinadora de la causa “Trabajadoras del hogar” de Nosotrxs

Son 2.4 millones de trabajadoras del hogar que diariamente realizan actividades que van desde la preparación de alimentos, el aseo de un hogar, hasta el cuidado de algún familiar. No es menor el trabajo que realizan, permiten a miles de hombres y mujeres salir a trabajar, y con ello adquirir un ingreso que puede gastarse en el Mercado. Se suele pensar a este tipo de trabajo en términos improductivos porque no generan una ganancia económica para los empleadores, pero paradójicamente, generan un gran ahorro en los hogares de quienes contratan este tipo de servicios. En caso de adquirirlos por fuera, en tintorerías, lavanderías, restaurantes, asilos o guarderías, los costos serían elevadísimos para cada hogar.

Al mismo tiempo, producen un tipo de bienestar que difícilmente puede ser medido en términos cuantitativos. ¿Cómo medir el cariño hacia un niño, el olor a casa limpia, una comida bien preparada, una habitación ordenada? No obstante, pese a lo palpable de ese bienestar, producto del trabajo hecho día con día, poco se valora en nuestra sociedad. Hay diversas razones que explican el porqué de esto, entre ellas, el pensar –erróneamente– que no requiere una preparación u habilidades específicas pues se da por sentado que las mujeres nacen sabiendo hacer estas actividades; el asociarlo con un trabajo sucio; la circulación de estigmas y representaciones negativas que son tan características en nuestra sociedad hacia quienes migran del campo a la ciudad, no concluyeron sus estudios, hablan una lengua indígena, o simplemente hacia quienes no forman parte de una clase social privilegiada, como muchas de las personas que realizan este tipo de empleo. Es así que cegados por la costumbre de discriminar, se reproduce en el imaginario social la idea de que este trabajo y las personas que lo realizan no valen tanto y, que por ende, no merecen los mismos derechos. Así, termina por legitimarse la desigualdad tanto económica como de trato, que vemos reflejadas en las condiciones laborales de este grupo de trabajadoras que, en su mayoría, no cuentan prestaciones de ley y, que al día de hoy, muchas manifiestan no recibir un trato digno.

 El domingo 11 de marzo, en un evento inusual, ochenta trabajadoras del hogar externalizaron sus sueños y deseos de que su realidad cambie. En papel escribieron sus mensajes, plasmaron la huella de sus manos y su firma, y los colgaron en un tendedero —montado por Nosotrxs y el Sindicato Nacional de Trabajadores y Trabajadoras del Hogar, en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco. Algunos mensajes fueron los siguientes: “Yo tengo el sueño de tener vacaciones pagadas. Poder tener una carrera de sociología” (María Gabriela Ramírez Cruz). “Yo tengo el sueño de vacaciones en la playa por 15 días pagadas” (Myrna Hernández León). “Yo tengo el sueño de en unos años poder estar descansando y con una pensión digna para ir a algún lugar de fin de semana con mi esposo” (Irene Ramírez). “Yo tengo el sueño de tener un trabajo digno. Ver que mis hijos terminen sus estudios. Ir de vacaciones con mis hijos algún día. Tener tiempo para estar con mi familia” (Francisca Bautista). “Yo tengo el sueño de aprender música y leer mucho” (Enry). “Yo tengo el sueño de que a las trabajadoras domésticas nos dieran una oportunidad de abrirse paso a la vida. Crecer. Tener becas. Por ejemplo, yo quiero aprender computación” (Gloria Hernández).

La interrogante que queda tras el evento es si podemos tender otro mundo –más justo, más digno- para las trabajadoras del hogar. La respuesta es que si queremos, podremos.Estamos en el momento idóneo para comprobarlo. El Gobierno Federal tiene en sus manos el poder de ratificar el Convenio 189 de la OIT y así demostrarnos que, como sociedad, podemos aprender a barrer nuestros prejuicios, al reconocer y hacer efectivos los derechos de las trabajadoras del hogar. No podemos alargar más la espera. Aún hay tiempo para lograrlo antes de que concluya este sexenio.

Hogar

Urgen dar seguridad social y reconocer derechos de trabajadorxs del hogar

Organizaciones pidieron al gobierno federal que ratifique el convenio 189 de la OIT antes del 30 de abril para poner fin a la explotación y discriminación de los emplead@s doméstic@s.

Vía AristeguiNoticias

Mediante el hashtag #AunHayTiempo, diversas organizaciones sociales exhortaron al Gobierno Federal a ratificar el Convenio 189de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) para garantizar los derechos de los 2.4 millones de trabajadoras y trabajadores del hogar.

Andrea Santiago, coordinadora de la causa trabajadoras del hogar de Nosotrxs, explicó que la administración de Enrique Peña Nieto tiene hasta el próximo 30 de abril para enviar el Convenio al Senado de la República, a fin de que lo ratifique y con ello se garantice seguridad social y el fin de la explotación y la discriminacióncontra este sector de la población.

“¿Por qué es importante este Convenio? Porque este convenio, que además han firmado 25 países, 14 de Latinoamérica, reconoce todos los derechos de las y los trabajadores del hogar y asegura mecanismos también para que se acabe con la explotación y la discriminación hacia este sector que, sobre todo en nuestro país, ha sido uno de los sectores más discriminados”.

Este lunes, las organizaciones acudieron a la Cámara Alta para ofrecer su respaldo a Marcelina Bautista, secretaria General del Sindicato Nacional de Trabajadoras y Trabajadores del Hogar, y para denunciar la falta de voluntad política del gobierno peñista para ratificar el documento.

“Se firmó, de hecho, el 16 de junio de 2011 y no se ha ratificado por una cuestión meramente de voluntad política porque la ratificación es una cuestión viable pues los cambios que se plantean son paulatinos. De hecho, (Miguel Ángel) Osorio Chong (secretario de Gobernación) se comprometió públicamente, en nombre del Presidente de la República, a ratificar el convenio, pero a la fecha no lo han hecho”.

Andrea Santiago reveló cuáles son algunas de las condiciones de quienes se dedican a esta actividad: “El 70 por ciento de las empleadas del hogar ganan no más de dos salarios mínimos, se trata de una suma que es bastante baja. Y el 97 por ciento no cuentan con seguridad social. El 24.7 por ciento de las trabajadoras del hogar no reciben aguinaldo y a esto hay que sumarle formas de discriminación como maltrato por parte de los empleadores”.

Por último, reiteró que si el gobierno de Peña Nieto quiere realmente la ratificación de este convenio, debe enviarlo al Senado de inmediato, a fin de que los legisladores lo procesen en el actual periodo ordinario de sesiones que concluye el 30 de abril y que es el último de la LXIII Legislatura.

De otra forma, el tema se heredaría al gobierno y al Congreso que emanen de las elecciones del próximo 1 de julio:

“De hecho, la fecha límite que tenemos para que se pueda ratificar es el 30 de abril, es decir, realmente estamos con el tiempo muy encima pero creemos que ya desde el propio Senado se ha hecho muchísimo trabajo, ya se han hecho varios exhortos al Ejecutivo para que envíe el convenio. Y creemos que sí hay oportunidad, le estamos apostando a eso porque ya no queremos esperar otro año más, otro sexenio más”, concluyó.

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La promesa incumplida del Convenio 189

Por Andrea Santiago

En 2014, Osorio Chong encabezó la entrega de los Premios por la Igualdad y la No Discriminación que otorga el Conapred. Una de las premiadas fue Marcelina Bautista, reconocida por su larga trayectoria en la promoción y defensa de los derechos laborales de las y los trabajadores del hogar. El titular de la Secretaría de Gobernación resaltó lo fundamental de que “les sean respetados sus derechos en los términos que establece la Constitución y gocen de protección efectiva para que desempeñen sus actividades en condiciones de empleo equitativas y decentes”. Habló de la importancia de pasar “de las relaciones culturales de servidumbre, a las de un trabajo digno con derechos y responsabilidades”, y de lo central que resultaba hacer adecuaciones a las propias leyes y a las políticas para combatir la desigualdad y discriminación.

Finalmente, se comprometió, en ese mismo acto, a enviar al Senado el Convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) para su ratificación, el cual reúne una serie de normas y lineamientos específicos para garantizar los derechos humanos y laborales de las y los trabajadores del hogar. Entre otros, la afiliación obligatoria a la seguridad social, establecimiento de un horario de trabajo y de días de descanso, pago de vacaciones y horas extras. Ni más ni menos que un piso mínimo de derechos para vivir dignamente.

El Convenio 189 obliga a los países que lo ratifiquen a modificar sus leyes, a crear políticas públicas, a trabajar y coordinar las instituciones para adoptar medidas que garanticen los derechos de este sector. La ratificación de dicho Convenio involucraría un cambio sustancial en las condiciones laborales de 2.4 millones de trabajadores en México, que por primera vez en la historia transitarían a la formalidad.

Lo dicho hace tres años en esa ceremonia por Osorio Chong desafortunadamente se quedó en la promesa incumplida y, a la fecha, la ratificación del Convenio 189 se encuentra estancada. La semana pasada el Senado de la República reiteró el exhorto al Ejecutivo Federal para que realicen los trámites necesarios para dicha ratificación. Al día de hoy continuamos a la espera.

La pregunta es ¿quiénes llevan esperando y qué costos tiene esa espera? Las cifras nos guían hacia una respuesta. 97% de trabajadoras y trabajadores del hogar no tiene derecho al sistema de salud ni al ahorro para el retiro: el coste lo cargan sus bolsillos y sus familias cuando enferman o envejecen. El 84% no tiene vacaciones pagadas: el coste lo carga el cuerpo de estos trabajadores que no pueden descansar pues esto implicaría una disminución significativa en sus ingresos. El 99% no cuenta con contrato escrito de trabajo: el coste lo cargan quienes trabajan pues no tienen un documento que los respalde jurídicamente cuando sus derechos sean vulnerados.

Lo que es evidente es que quienes más pierden día con día con esta alargada espera, son las millones de personas que se dedican a estas labores junto con sus familias. La promesa de Osorio Chong no es por tanto banal en este contexto, no es una de esas palabras que pueden decirse y olvidarse, porque olvidar en este caso significa hacer de la desigualdad y discriminación un destino con el aval de las autoridades federales.

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