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De la oposición al poder

Publicado en El Universal

Por Mauricio Merino

En los libros de ciencia política se dice que, entre los recursos que utilizan los gobiernos para afirmar su autoridad, destacan los simbólicos: los que dan identidad a un proyecto nacional, articulan una narrativa y le ofrecen coherencia a las acciones y las decisiones que, de otro modo, parecerían caóticas. Como dice el clásico: las políticas públicas están hechas de palabras. Pero no todas caben en el mismo saco ni pueden pronunciarse al margen del papel que cada uno encarna.

Digo esto porque estoy viendo, con preocupación, que los recursos simbólicos que utilizó el principal líder de la oposición política de México para ganar la presidencia, comienzan a contradecir a los que tendría que usar el jefe del Estado mexicano. No es lo mismo denunciar los abusos, los excesos y las trampas de los políticos más poderosos del país, que atajarlos desde la máxima investidura del poder. No es lo mismo acusar de corrupción a los gobiernos que erradicarla desde el corazón de la administración pública; no es lo mismo advertir la ineficacia de los poderosos para generar mayor crecimiento y menor desigualdad, que producir riqueza y redistribuirla; no es lo mismo señalar la incapacidad de las fuerzas de seguridad para frenar al crimen organizado que enfrentarlo. El discurso de la oposición no puede ser el mismo que el discurso del poder.

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El pueblo libre de los municipios

Publicado en El Universal

Por Mauricio Merino

Los municipios mexicanos están ausentes de la 4T. No hay para ellos ningún proyecto de futuro, ni un rol que jugar en el imaginario que emana desde la presidencia del país y que conduce, inexorablemente, de vuelta a ella. Tampoco están presentes en la agenda política de los demás, excepto cuando manifiestan su impotencia para resolver problemas o cuando se vuelven motivo de conflicto entre partidos y poderes fácticos que se disputan el control del territorio. Ahí están, como la base de la división política de México, pero nadie sabe qué hacer con ellos.

En algún momento del pasado se decía que eran del pueblo, pero eso ya no es cierto. Aquella visión romántica del municipio como escuela de la democracia se deshizo (si es que alguna la hubo) con la transición del régimen de un solo partido a la pluralidad: el diseño acuñado en los años ochenta del siglo previo, que sirvió para impulsar la presencia de las oposiciones en los ayuntamientos, se perdió muy pronto por las estrategias malhadadas para comprar votos, capturar los exiguos presupuestos, acomodar sus reglamentos a los intereses cupulares y construir clientelas con sellos partidarios. Del pueblo no quedó, acaso, más que la feria y el grito de septiembre.

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Moralmente complicado

Publicado en El Universal

Por Mauricio Merino

El problema de juzgar a los demás desde la superioridad moral, es que las normas que formalizan nuestras relaciones sociales se vuelven instrumentos de poder y pierden validez. Ya de por sí, en México las leyes cumplen rara vez con sus propósitos. Son, acaso, proyectos que carecen de los medios para llevarse a cabo y, con frecuencia, son simplemente la base para someter a los rebeldes o negociar los privilegios de quienes pagan u obedecen.

Cuando alguna vez se aplican, es inevitable creer que se han usado de manera selectiva: todo el peso de la ley contra los enemigos y la impunidad a los amigos. ¿Por qué la diferencia? Porque unos se han puesto del lado de la causa que se considera moralmente superior (por unos años) mientras los otros se han opuesto a ella. Los primeros merecen comprensión y apoyo; los segundos, la mayor sanción posible. La justicia selectiva se confunde y se entrelaza así con la conmutativa: frente a la misma culpa, las penas son distintas; y frente a los mismos daños, difieren las reparaciones, porque el contrato de amistad prevalece sobre el derecho establecido: la contraprestación a la lealtad es la indulgencia.

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La noche neoliberal y la 4T

Publicado en El Universal

Por Mauricio Merino

Dice el presidente que nada de lo que sucedió en los últimos 36 años vale la pena: que desde 1983 a la fecha no hay ninguna reforma que rescatar o consolidar, porque todas pertenecen a la noche neoliberal cuya eliminación define, esencialmente, el alma política de la 4T. Para el gobierno de México, la verdadera transición no habría comenzado sino hasta el 1 de julio del año pasado.

Con ese criterio, son muchas las instituciones que deben romperse o suplirse, porque durante ese periodo quedó atrás el sistema de partido prácticamente único para dar paso al nuevo régimen de partidos. Para desechar toda la mala herencia a la que alude el presidente de México habría que borrar la pluralidad construida durante la noche de los 36 años pasados, habría que eliminar toda la historia del IFE/INE y de los tribunales electorales y habría que volver a empezar con la hechura de otras opciones políticas. Entre las existentes, sólo sobrevivirían el PAN y el PRI —en ese orden— porque todas las demás nacieron durante esos años. Pero procediendo de esa manera, habría que considerar también que antes de 1983 todo el país era gobernado por un solo partido.

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Ni Salmerón ni Lazcano: ni Chana ni Juana

Publicado en El Universal

Por Mauricio Merino

Hay que sacar la casta, porque los problemas del país son muchos y muy graves. Pero nos equivocamos cada vez que confundimos ese llamado con el sonido de los tambores de guerra. ¿De veras hay alguien que no los escuche? Sacar la casta, en estas circunstancias difíciles, no equivale a reunir armas ni a hacer trincheras para matarnos, sino a reconocer y enfrentar con inteligencia los problemas que nos hunden a todos. A todos, subrayo, porque nadie está salvo de la violencia creciente, ni del encono que produce la desigualdad acentuada, ni de las trampas que pone la corrupción.

Hay que sacar la casta para acallar el llamado a la guerra. Para oponerse a quienes la buscan en cada esquina y en cada conversación, inventando enemigos y dándose a sí mismos razones para justificar la embestida. Hay que asumir que el régimen político se ha vuelto un amplificador de las diferencias y que está siendo incapaz de construir rutas de acción consensadas para solucionar los problemas. El régimen, digo, no solo el gobierno. Distraídos por la obsesión del poder, los tomadores de decisiones no han logrado acordar nada que produzca una acción concertada y común. Todo es encono y disenso: a favor de la 4T o en contra de ella, como si todos supieran qué es exactamente la 4T.

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¿Nos dieron patria?

Publicado en El Universal

Por: Mauricio Merino

Repican las campanas y gritamos al unísono: ¡Viva México! Es el día de la Patria, pero es en realidad el momento político ideado exprofeso para recordarnos que el país ha sido y sigue siendo el patrimonio del poder y de los poderosos. Patria, patrimonio, padre: el territorio de los hombres que lograron dominar a quienes se les opusieron y que trenzaron, con sus apellidos, la historia política de México. Así ha sido siempre y así sigue siendo hasta la fecha: en México, la historia se escribe como biografía.

A la concentración del poder personal que acumuló Iturbide en los inicios de la vida independiente, siguió una concentración similar en manos de Antonio López de Santa Anna, quien jugó con los dos bandos políticos de aquellos tiempos pero concluyó sus días como enemigo declarado del liberalismo. Santa Anna fue el presidente de México cada vez que hizo falta, de 1833 a 1855, hasta que una revuelta encabezada por Juan Álvarez inició la guerra que llevaría al primer triunfo militar de los liberales y a la paulatina y cruenta sucesión del mando que desembocaría en la figura principal del Benemérito, Benito Juárez. Y éste, quien murió siendo presidente de la República en 1872, no sería realmente sustituido sino hasta la llegada de Porfirio Díaz al poder.

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El paso del tiempo

Publicado en El Universal

Por Mauricio Merino

Decir que el paso del tiempo es inexorable es una obviedad. Pero cobra un sentido distinto cuando se plantea desde el inevitable desgaste cotidiano al que se somete el poder. Todavía no se cumple el primer año del nuevo gobierno y ese enemigo implacable, el tiempo, ya comienza a ejercer su labor corrosiva. El maldito tiempo, que va cerrando la puerta a las oportunidades perdidas, que va modificando el cuadro de actores, escenas y protagonistas políticos, que va perfeccionando los viejos problemas y acumulando desafíos nuevos, mientras transcurre, impasible.

El ejercicio del poder tiene muchas ventajas: el control de la agenda y el predominio de la versión propia sobre cualquier otra, están entre las principales. Pero ninguna de las dos dura mucho. Mientras se construye, el poder político va ganando espacios en la atención colectiva, va fijando los temas que habrán de imponerse en la deliberación pública y va determinando la forma y los contenidos para abordarlos. Dominar la agenda significa gobernar el uso del tiempo: quien lo consigue —en una relación personal, en una familia, en una organización o en todo el país— goza del privilegio de decidir sobre el tiempo y la atención prioritaria de los demás. ¿Quién manda aquí? Manda quien decide lo que se hará cada día y quien ordena los temas y sus contenidos. He aquí la síntesis del poder realmente ejercido: el que se mide por la cantidad de tiempo que cada uno logra imponer a los otros.

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El país de los sueños

Publicado en El Universal

Por Mauricio Merino

¿Quién, en su sano juicio y amando a México, querría oponerse a la narrativa inmaculada del presidente de la República? ¿Quién no querría vivir en un país cuyo gobierno apuesta por la igualdad en todas sus decisiones, que combate frontalmente la corrupción y la impunidad, que busca reconstruir la paz quebrantada desde las causas que la amenazan, que respeta los derechos humanos, que promueve la democracia, la pluralidad, la libertad de creencias, la libertad de opinión y que ha separado el poder político de la influencia económica, respetando sin embargo a los empresarios y convocándolos a una cruzada fraterna por la igualdad?

¿Quién no preferiría vivir en un México cabalmente soberano frente a Estados Unidos, solidario con las naciones de Centroamérica, autosuficiente en sus alimentos y su energía, capaz de garantizar el cumplimiento de todos los derechos sociales, con prioridad absoluta en la salud y la educación accesibles a cualquier persona, que respalda con becas, apoyos directos y créditos a quienes más lo necesitan? ¿Quién se opondría a la división de poderes, a poner límites al abuso de facultades y de recursos públicos, a la influencia perversa del presidente sobre los órganos autónomos del Estado, a la austeridad del gobierno, a destinar todos los presupuestos a favorecer mejores condiciones de vida, mejores proyectos de infraestructura y mejores servicios para todos los mexicanos? ¿Quién, repito, no querría vivir en el país ideal que nos describió el primer informe de gobierno del presidente López Obrador (tercer informe al pueblo de México, en su propia cuenta)?

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El federalismo: impotencias y prepotencias

Publicado en El Universal

Por Mauricio Merino

Las muchas violencias que vive el país no sólo manifiestan el deterioro de nuestras relaciones sociales, ancladas en la lógica del encono y la pugna, sino que revelan también las debilidades y los desaciertos históricos del Estado. Entre el feminismo agraviado y los grupos de autodefensa hay un hilo de continuidad, que los entrelaza a su vez con los campesinos que reclaman mayores recursos para sembrar, con los vecinos que se duelen de la falta de agua o con los pacientes de los hospitales que carecen de medicinas, entre un larguísimo etcétera.

Unos reaccionan ante la prepotencia de las policías, las fuerzas armadas y los funcionarios de toda índole que, investidos de autoridad, abusan de ella para someter a quienes debían servir; y otros, a la impotencia de los gobiernos para garantizar los derechos que nos otorga la Constitución. Las violencias responden a esos extremos: la impotencia y la prepotencia; o, dicho de otra manera, al hartazgo social ante la incapacidad del Estado para resolver los problemas públicos o ante la negligencia y la desvergüenza de quienes ocupan los puestos para regodearse con el poder otorgado, como si fuera su patrimonio.

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